viernes, 21 de septiembre de 2007

La vida antes del colegio

Hay dos fases en mi vida: antes y después de tener que ir al colegio.
Antes de ir al cole todo era realmente fantástico. Hasta los dos años y medio se puede decir que fui un ser completamente feliz. Los días transcurrían plácidamente entre seres conocidos y amables, sin horarios, sin obligaciones.

Mis hermanos eran mayores e iban al colegio, con lo cual yo me quedaba de rey de la casa.
Mis felices rutinas pasaban por bajar con las chicas a hacer la compra, normalmente al mercado de Ventas donde todos los tenderos me adoraban. Era como un pueblecito. Para llegar, había que atravesar el puente de Ventas. Si llovía, aquello era un lodazal. Durante unos cuantos años las obras de la M-30 estabuieron paradas. Cruzar al otro lado del Arroyo Abroñigal era como volver a Extremadura. Los puestos del mercado eran muy curiosos. Había uno, todo cerrado con reja gallinera, cuya única misión consistía en moler el pan duro que llevábamos. El de la frutera era mi favorito, aquella mujer era de Coria y siempre me regalaba alguna pieza pequeña de fruta. Tenía una hija o dependienta muy guapa que se pintaba como un loro. En otro puesto había aceitunas. Otro se dedicaba a coger puntos a las medias. Todos me querían en aquel mercado y me llamaban por mi apodo.
Otra de mis rutinas era ir al parque con mi cuidadora Toriqui o con mi madre. Si me llevaba mi madre yo jugaba con la arena mientras ella leía una novela de "Angélica", si me llevaba Toriqui me quedaba pendiente de a ver qué pasaba con sus múltiples pretendientes, normalmente soldados. Toriqui terminó casándose con uno de aquellos soldados aunque yo hubiera preferido que hubiera sido alguno de los bomberos del Cuartel nº2 que la piropeaban compulsivamente al pasar. Seguro que me hubieran dejado pasar y montarme en un camión...
Los fines de semana solíamos ir Marcela y yo a un edificio de la C/ Jorge Juan donde su hija trabajaba de portera. El trayecto era apasionante, especialmente cuando pasábamos por la Cárcel de Mujeres. En la puerta principal, junto a las celadoras, solía haber dos o tres reclusas haciendo limpieza. Siempre me decían cosas agradables como "que niño tan guapo" y cosas así. En ocasiones, las celadoras nos dejaban pasar un rato hasta el patio para que las otras reclusas me vieran. A mí me parecían unas presas buenísimas y no entendía que hacían allí presas. Por otra parte yo no las veía especialmente tristes. Sólo había un pero que no me acaba de hacer ninguna gracia: olía fatal.
En la casa de Jorge Juan lo pasábamos bastante bien. Ángeles y su marido Enrique, los porteros, tenían una mini-vivienda en el ático. Allí Enrique había construido con deshechos unas jaulas y criaba gallinas y conejos. También tenía una tabla con rodamientos que hacía de vehículo para mí y para sus hijos. En los años 60, la parte de Jorge Juan que inda a la Fuente del Berro era muy humilde, se hacía vida de pueblo y siempre había tertulia con los vecinos. Los domingos por la tarde yo era uno más de aquella familia.

En verano de 1965, con dos años y medio, mi madre decidió que estaba muy "enmadrado" y que era un buen momento para empezar a ir al colegio. Y se acabó lo bueno.

Mis padres pensaron que sería importante para mí una educación bilingüe, aunque no tenían claro en qué idioma. De momento me llevaron a una especie de reunión presentación para entrar en el Liceo Francés. Me acuerdo que aquello fue en un caserón antiguo frente a los Juzgados, donde trabajaba mi padre, en el Palacio de las Salesas. No sé qué ocurrió pero lo cierto es que no fui al Liceo y apenas se francés. Luego fuimos a ver un colegio hispano-alemán, el LAE, en la C/ Guadiana, pero tampoco les gusto, parecía trismón. En la misma calle, un poco más bajo, había otro colegio que se decía bilingüe de inglés. El idioma en cuestión no estaba muy de moda y la verdad, entramos un poco al azar, pero, D. José María, el director del centro, se cameló a mis padres enseñándoles unas fotos de unos judokas en un gimnasio y allí que me mandaron de medio pensionista.

Pasé en el Santa María del Valle los siguientes 16 años de mi vida.

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